Por Jaime Martín-Peñasco
El hombre, ante la primitiva rémora que supone la expresión no verbal de lo que piensa, encontró en la semiología (aunque no la llamó así entonces) la solución inmediata a su problema; puso nombre a las cosas, representó el espacio, creó significantes.
Durante siglos las escuelas de cartografía fueron perfeccionando su obra, a partir de la estrella polar y el sol, de la brújula y el cuadrante; desarrollando una de las labores humanas más hermosas y decisivas.
A día de hoy los mapas son virtualmente perfectos, disfrutamos de mejoras tecnológicas de nuestro tiempo que permiten interactuar con el mapa, e incluso con otros usuarios que no se encuentran a nuestro lado.
La capacidad comunicativa y de interactividad rompe las expectativas año tras año, llegando a un punto clave.
Hay quien defiende, tecnológicamente hablando, que la humanidad ha avanzado más en los últimos veinte años que en los dos últimos siglos. Esto es necesariamente discutible.
Hemos obviado la capacidad del medio informático, hemos olvidado lo increíble que es hablar en tiempo real con alguien que está en Oceanía, hemos entendido como corriente el modo en que nos comunicamos en la red.
Sólo reparando en estas capacidades técnicas podremos imaginar qué será posible mañana.
Hoy por hoy es posible viajar a cualquier parte del mundo en una esfera virtual recreada vía satélite que, por cierto, ya ha empezado a generar conflictos políticos y militares.
La superficie terrestre está al descubierto, las fronteras, zonas de conflicto, bases militares; todo, en definitiva, aparece en este mundo de retales fotográficos.
Las calles de las grandes ciudades, número a número, están en los planos de la red; ahora puede uno planear sus robos desde casa…
Lo que se intenta explicar aquí es que no cuesta mucho imaginar que en un futuro no muy lejano, tecnologías como Google StreetView y Earth estarán preparadas para funcionar a tiempo real, lo que suena técnicamente brillante, pero inevitablemente recuerda a 1984 de Orwell.
El problema vendrá cuando los individuos, en posesión de su derecho a la intimidad, ya no quieran participar de la tecnología que los moderniza pero que también los ata poco a poco.
El problema vendrá cuando reparemos en que una empresa privada maneja a su antojo gran parte de la información humana, por no hablar de los datos individuales de los usuarios, del incalculable valor que sus registros tienen para realizar estudios de mercado y sociológicos…
Los avances en geolocalización ya están siendo incorporados a dispositivos móviles de telefonía, por lo que la interactividad nos permitirá mantener localizados a nuestros contactos a tiempo real, gracias a Gps, Latitude, u otro programa, pero ¿Quién querría que los demás sepan continuamente dónde se encuentra?
Es la pregunta que muchos nos hacemos cuando nos sorprenden con innovaciones de este tipo, y lo cierto es que la respuesta no es fácil.
Hay gente no sólo dispuesta, sino francamente interesada en el desarrollo social mediado por Internet hasta el extremo, y también los hay que se niegan rotundamente a participar del mismo.
Sólo podemos esperar para comprobar si la tecnología será compatible con la condición libre del hombre, si algún día destrozaremos a martillazos nuestros monitores para liberarnos del pesado control informático, o si por el contrario nos atrofiaremos a nuestro gusto delante de ellos.